El amor en los tiempos de la Vitamina D

“El amor entra por el estómago”

“Escucha siempre lo que dicte tu corazón”

“Debes renovar tu fuerza para seguir luchando por tu amor”

“Piensa con la cabeza fría”

“El amor es lo más dulce y lo más amargo”

Todas estas frases tienen algo que ver con el amor y, si leemos con atención, también tienen que ver con las funciones que la vitamina D tienen en nuestro cuerpo. El amor, sin duda, es una serie compleja de funciones emotivas que se relacionan íntimamente con la fisiología de todas las partes del organismo y está, por lo tanto, relacionado con la vitamina D.

Desde el punto de vista de la evolución, la vitamina D, como el amor, es un avance ya muy viejo. El fitoplancton y el zooplancton que existen en los océanos desde hace 500 millones de años producen vitamina D cuando se exponen al sol, por eso desde entonces las plantas que producen clorofila y los animales están enamorados del sol. Desde aquellos tiempos inmemoriales, la vitamina D se ha mantenido en ese papel tan importante en la regulación del metabolismo del calcio y en la salud del hueso y otras muchas instancias que forman parte de la evolución de las formas vivas que se aventuraron a amar la vida en la tierra.

Pero pasaron cientos de siglos para que los seres humanos tuvieran las primeras evidencias de la importancia de la luz solar para la salud y fue hasta los tiempos de la revolución industrial en el norte de Europa, cuando la gente se congregó en las ciudades, en completo hacinamiento, escasez de alimentos y polución cuando tres médicos se dieron cuenta de que los niños de estas ciudades presentaban retraso en el crecimiento y desarrollaban deformidades en el esqueleto, a lo que se le denominó  raquitismo. En 1922, se publicó que exponer diariamente y durante meses a los niños en el tejado era un tratamiento efectivo para el raquitismo. Esto motivó a que se suplementaron diversos alimentos en EE.UU. y en Europa, proceso  que no se controló adecuadamente y causó intoxicación por vitamina D en niños y jóvenes, lo que llevó a prohibir la suplementación con vitamina D de los alimentos lácteos en la mayoría de los países europeos. En la actualidad sólo algunos productos lácteos están suplementados con vitamina D. Y como dijeran los clásicos, “ni todo el amor, ni toda la vitamina D”.

La vitamina D siempre había sido “la vitamina de los huesos”, es decir, su acción fundamental sobre el metabolismo óseo la asociaba a enfermedades como el raquitismo, la osteomalacia o la osteoporosis. Pero en los últimos años, no ha quedado ninguna especialidad médica, ni una pequeña parte del amor en la que no se haya demostrado la participación de la vitamina D: el cáncer, el síndrome metabólico, las infecciones, diversos procesos autoinmunes, metabólicos o neurológicos, las emociones, los sentimientos y, por supuesto, el dolor, claro, el dolor del amor también.