Como ya se ha visto, la vitamina D se encuentra incluida en el metabolismo de todo nuestro organismo, por lo tanto, no es de extrañarse que también tenga que ver con la salud del corazón y de las arterias y que, por este motivo, tenga implicaciones en el control de la presión arterial. Esto se logra a través de la inhibición de un sistema ubicado en el riñón y que es responsable parcialmente de este control, aunque también están implicados otros factores como la prevención del hiperparatiroidismo primario o el control sobre el metabolismo del calcio.
De igual modo, la presión alta que se genera en los animales de laboratorio que se estudiaron, puede ser revertida tanto con captopril (medicamento usado para la presión alta) como con vitamina D.
Se comprobó un descenso no significativo de presión sistólica y significativo pero discreto en la diastólica en los grupos a los que se les suministró vitamina D. El efecto sólo parece aplicable a la población de individuos con presión alta, pero no a los que tienen presión normal. De este modo, la población que potencialmente se beneficiaría de los efectos cardiovasculares de la vitamina D serían los hipertensos con déficit de vitamina D.
Los adultos con deficiencia de vitamina D tienen un riesgo 50% mayor de desarrollar infarto del miocardio. Además, está comprobado que los pacientes que tuvieron un infarto y presentaban deficiencia de vitamina D tuvieron mayor probabilidad de morir por un evento cardiovascular.
La evidencia de que la deficiencia de vitamina D puede ser un factor de riesgo cardiovascular, parte del hecho de que los receptores de la vitamina D están expresados tanto en las células del músculo cardiaco, como en otras células del sistema cardiovascular.
Ya tenemos mucha evidencia para pensar que, en síntesis, es mucho más valioso para nuestra salud, que se tengan niveles adecuados de vitamina D circulando en el organismo y no dejar que, por diversas razones, estos niveles disminuyan y pongan en riesgo funciones importantes.